miércoles, 30 de octubre de 2013

Y el champán desinfectó todas mis heridas.

 No mires con recelo en olvido que cultivas, no odies los retales de tu alma que nadie conoce, no temas volver al insólito rompecabezas que es amar. No busques la certeza, pues en la vida solo la duda prevalece. Me recomiendo perderme en el insólito devenir de las palabras, en los huracanes que arrastran amarguras rotas, en los principios que nacen del resentimiento de lo oscuro.
No fustigues a la risa, ni reprimas el llanto, solo recuerda: No hay nada de lo que arrepentirse, ni fracasos que colgarse del cuello, solo hay vida y camino. Solo estás tú en el mismo lugar donde empezaste, sin el miedo tintineante que te impedía avanzar sola. Elimina los acongojados sueños que acompañan acongojadas noches, y duerme para poder soñar durante el día. Observa los lunares de la noche y el pecho que descaradamente enseña, piérdete en el manto con el que calurosamente envuelve el mundo. Dejar de creer en "La táctica y estrategia" de Benedetti y tener por bandera el poema número veinte de Neruda.

 Por último me propongo un brindis: Por las promesas vanas, las adictivas mentiras, por la insalubre fragilidad al placer fácil y por los hasta siempre que, sin quererlo, fueron siempre de verdad.  

viernes, 4 de octubre de 2013

El paso del tiempo entre el adiós y la despedida


Desde el momento en el que el principito dejó de pisar el B-612 ella ya estaba un poco más marchita. A la pequeña rosa solo le quedaban sus tres espinas para combatir a las orugas que no se convertirían en mariposas, y tenía la corazonada que sin él allí no habría mas bonitas mariposas, al menos por su estómago. Ella era la culpable de su ida, le había exigido y mentido, y ahora que ya estaba fuera sabría que había más como ella.

Mientras el principito domesticaba zorros, se hacía amigos y vivía aventuras, la pequeña rosa cuido del planeta: arrancaba los baobabs antes de que fueran demasiado grandes, limpiaba los volcanes... Mientras la puesta de sol coloreaba el asteroide paraba a recordar lo vivaces que eran aquellos colores en los ojos verdes del principito. Aprendió a subsistir, se regaba con lágrimas, se maquillaba con rayos de sol y se protegía con sus demacradas espinas. No había ni un solo día en que no le echara de menos, pero mientras el conocía el mundo, ella se conocía a sí misma. Si no podía ser la flor de nadie, al menos no sería una flor cualquiera. 

Dicen que pasaron más de mil trescientas puestas de soles antes del que principito volviera, pero para entonces la rosa ya se había ido en busca de sus propias aventuras. 

Dejó una pequeña nota,casi tan  pequeña como estas palabras, que decía: de un zorro domesticado a una rosa entre cien mil, gracias por hacer que mire a las estrellas todo tenga sentido. Recuerda, lo esencial es invisible a los ojos.