viernes, 20 de septiembre de 2013

las tres estaciones.


Siempre quise ser tu primavera particular para encontrar la poesía en el verde de tus ojos. Sólo hubo un problema: En los glaciales no crecen flores.

Pinceladas de color melancolía.


Se secan y caen desde la rama más alta. Esas pequeñas hojas que adornaban en paisaje otoñal en realidad estaban muriendo, al igual que mi corazón, de frío.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Té quiero.

Lo que más me gustaba de las noches nostálgicas que acunaban un frío otoñal era mezclar la tristeza con un poco de té. Aunque todo por dentro estuviera hecho un desastre y sintieras cargar el mundo sobre mis hombros, no había nada como un sorbo de "Flor de Geisha" a altas horas de la madrugada para calentar un poco el alma que se estaba apagando. No es que un té esfumara todo lo malo que ocurría, solo que por un momento, entre tanta amargura, había algo dulce entre mis labios. Y por supuesto que era dulce, nunca me faltaba echarle sus cinco descaradas cucharadas de azúcar, o más, porque me distraía viendo como se disolvía en el agua hirviendo.
La razón por la que me gusta tanto, es porque es lo único en mi vida  por lo que opto ser paciente. Todo es un delicado ritual: dejar que se caliente el agua tres minutos, las hiervas deben reposan cuatro (sino es demasiado fuerte) y esperar cinco minutos para que se enfríe. Doce minutos exactos empleados en una taza que apenas durara dos minutos entre mis manos. Pero cuando el último sorbo recorre mi boca me siento extrañamente reconfortada y arropada por el calor que aún persiste en mi garganta, aquel tiempo sin hacer nada se ven siempre compensados con la tierna caricia que le proporcionaba a mi cuerpo.
Sí, solo es un té con mucha azúcar y doce minutos de paciencia, pero tenía el tacto y la consistencia de un beso cálido. Amaba el té, porque era el único que me besaba en mis melancólicas madrugadas de otoño, el único que siempre tenía tiempo para mí aunque yo solo gastara catorce minutos exactos en él.