Mientras el principito domesticaba zorros, se hacía amigos y vivía aventuras, la pequeña rosa cuido del planeta: arrancaba los baobabs antes de que fueran demasiado grandes, limpiaba los volcanes... Mientras la puesta de sol coloreaba el asteroide paraba a recordar lo vivaces que eran aquellos colores en los ojos verdes del principito. Aprendió a subsistir, se regaba con lágrimas, se maquillaba con rayos de sol y se protegía con sus demacradas espinas. No había ni un solo día en que no le echara de menos, pero mientras el conocía el mundo, ella se conocía a sí misma. Si no podía ser la flor de nadie, al menos no sería una flor cualquiera.
Dicen que pasaron más de mil trescientas puestas de soles antes del que principito volviera, pero para entonces la rosa ya se había ido en busca de sus propias aventuras.
Dejó una pequeña nota,casi tan pequeña como estas palabras, que decía: de un zorro domesticado a una rosa entre cien mil, gracias por hacer que mire a las estrellas todo tenga sentido. Recuerda, lo esencial es invisible a los ojos.
Hola Martina, buenas tardes,
ResponderEliminarmuy linda entrada, este principito siempre nos deja pensando,
creo que éstas pequeñas palabras se roban la atención de las grandes.
Un excelente mensaje.
Te deseo un bonito fin de semana
un cálido abrazo
Una bella y acertada comparación Martina, a veces no somos conscientes de nuestra valía hasta que un desengaño nos invade el alma y es entonces cuando respiramos por nuestros propios medios, sin artificios. Aprendemos a ser "capaces" y a valorarnos sin depender de ese alguien que pensábamos que era imprescindible en nuestra vida. Un abrazo fuerte amiga.
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