domingo, 30 de septiembre de 2012

Búscame en el viento.



Colgado en la estación del "Gare du Nord" estaba aquel reloj que me recordaba con cada tic-tac que me hacía vieja. No era solo el ritmo coordinado de bastón con las agujas, era el sonido de sirenas, el movimiento de maletas de aquí para allá, las personas que esperaban a algo o alguien. A mí no me quedaba nada allí, sin más equipaje que el recuerdo, y sin más espera que la de la muerte deseaba marcharme. Tomé asiento en aquellas butacas, justo al lado de la ventana, para poder observar sin arrepentimiento lo que dejaba atrás. Sin darme cuenta, me había pasado la vida buscando un hogar: en la turbia e intranquila Nueva York, en la gris y triste Londres, en los pequeños prados de Holanda. Busqué en camas de hombres, en atardeceres y primaveras, en labios con miel y calles perdidas de farolas. Pero ni los mares, ni los besos, ni lo fugaces otoños o las duraderas lluvias consiguieron llenar mi corazón de calma. Con el tiempo comprendí que mi hogar se encontraba en los trenes, las vías que, sin ningún reproche, te mostraban el camino de tu destino. Y ahora que sé a dónde pertenezco, que no vengo de ninguna parte, ni voy a ningún lugar sólo me queda entregar mis suspiros. 
Si me quieres, búscame en el viento.

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