lunes, 17 de diciembre de 2012

Como Quijote invento pasiones para ejercitarme.


Eran más que unas crueles palabras. Era mi pecho borracho de amargura, buscando unos brazos que lo cobijen.
No eran pasos cansados, sino mi amor que arrastras pedía ayuda. Y es que el último año se disipaba como el humo espeso de los cigarrillos, como se esfuman las espumas de mi copa de champán   francés. Sin darme ni un instante de descanso, paz o equilibrio, solo sexo y algún "te quiero" sin fluidez.
Pero aún ahora, al borde del camino, exhausta de que nadie me hiciera feliz, esperaba que me salvasen.
Tal vez esperaba a otro Don Quijote, que fuera de su mundo buscara a su dulcinea. Y que pese a que lo quedara de mi fuese un cuerpo fundido en la armadura, me dedicara un baile. Un tango argentino quizás, o un vals de salón o sencillamente un beso.
Y follar, hacerle el amor a cada suspiro, cada palabras y que los gemidos fueran susurros del alma. Amor y sexo. Todo junto, mezclado como la mayonesa, era mi sinónimo de armonía. Cada noche un nuevo caballero andante en mi cama encarnado en el mismo cuerpo, cada noche una forma de sentirme viva.
Recordando en cada tramo del camino que no soy de nadie, pero que necesito a alguien. Si, necesito enamorarme: de la vida, de las amarguras, y los días grises, de cada parte que forma mi ser, de los desayunos en la cama, de los "buenos días princesa”, de las noches que hacen sudar las sabanas.
Necesito enamorarme de todo, de todo menos de ti: de las mentiras, la inseguridad y las continuas caídas. Del paso lento y aburrido, de la sordera que te provoca un riachuelo, y la ceguera el color azul del mar.
Puede que no sea la Dulcinea que soñaba Don Quijote, sino la que sus ojos no lograban ver, la basta y masculina moza, pero al menos no tengo que esforzarme en cumplir las expectativas de nadie, al menos soy real.

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