Después de la lluvia me gusta perderme en el paisaje de mi ventana; en los limpios cielos azules, en la luz del sol y en los tranquilos bailes del caer de las hojas por el viento. Pero esta mañana, tras contemplar esa maravilla desvié mi mirada al espejo y me vi. Me vi más allá de los ojos color almendrado, la pintura corrida y los pelos alborotados. Vi a una niña, inmadura y frágil que deseaba libertad, deseaba recibir aquello que se merecía. Pensé en lo estúpida que estaba siendo, el hombre había sido capaz traspasar la barrera del sonido y yo aún amurallada en mi pesar y en mi olvido.
Me analicé por primera vez, empezando por lo de dentro. Vi el odio, el complejo que habitaba dentro de mí ser, incluso me percaté de mi dependencia, vi todo lo malo que había incubado. Pero después observé las sonrisas, las amistades, el hogar. Volví a encontrarme con la sensación que todo lo estaba haciendo mal, como hace dos años. Finalmente vi el amor, quizás ya un poco desgastado y cansado de no recibir aquello que merecía, de fabricar más lágrimas que sonrisas. Admiré las cadenas que lo estaban asfixiando desde hacía meses, esas putas ataduras que lo desgarraban. Maldita sea, después vi lo peor; junto a él hallé mi corazón, temblando y muerto de frío.
Yo siempre he tenido la teoría de que los inviernos matan los amores, porque los congelan se vuelven tristes y decadentes. Era eso lo que le estaba pasando a mi corazón, se decaía en este otoño como si fuera una hoja. Muy suave reclamaba entre susurros volver a sentir mariposas. Solo quería poder quitarse esa gélida armadura oxidada y calentarse haciendo el amor con la vida.
Volví a la realidad comprendiendo que no tenía ningún Romeo, que yo nunca había sido una Julieta. Solo tenía una cosa: la risa. Y es que Neruda no mentía cuando decía que la risa era el lenguaje del alma.
Me analicé por primera vez, empezando por lo de dentro. Vi el odio, el complejo que habitaba dentro de mí ser, incluso me percaté de mi dependencia, vi todo lo malo que había incubado. Pero después observé las sonrisas, las amistades, el hogar. Volví a encontrarme con la sensación que todo lo estaba haciendo mal, como hace dos años. Finalmente vi el amor, quizás ya un poco desgastado y cansado de no recibir aquello que merecía, de fabricar más lágrimas que sonrisas. Admiré las cadenas que lo estaban asfixiando desde hacía meses, esas putas ataduras que lo desgarraban. Maldita sea, después vi lo peor; junto a él hallé mi corazón, temblando y muerto de frío.
Yo siempre he tenido la teoría de que los inviernos matan los amores, porque los congelan se vuelven tristes y decadentes. Era eso lo que le estaba pasando a mi corazón, se decaía en este otoño como si fuera una hoja. Muy suave reclamaba entre susurros volver a sentir mariposas. Solo quería poder quitarse esa gélida armadura oxidada y calentarse haciendo el amor con la vida.
Volví a la realidad comprendiendo que no tenía ningún Romeo, que yo nunca había sido una Julieta. Solo tenía una cosa: la risa. Y es que Neruda no mentía cuando decía que la risa era el lenguaje del alma.
Borracha de olvido respiré el aliento del inverno que se aproximaba, no sabía que me arrebataría esta vez, si terminaría de fumarse el poco amor que me quedaba. Pero por muy largo, doloroso y duro que fuera, después siempre llegaría la dulce y fogosa primavera.
Es cierto; la Risa es el Lenguaje del Alma...La Renovación por dentro que, con su humedad y fertilidad, nos conducirá a la Primavera ansiada.
ResponderEliminarPreciosa Composición.
Un abrazo.
Gracias.
EliminarAunque no lo parezca también se puede disfrutar de los inviernos por que en ocasiones hay primaveras igual de frías.
Pues comparto teoría.
ResponderEliminarLos inviernos son tan fríos en el amor, como en el aire.
UN SALUDO, Y ENHORABUENA.
¡gracias!esperemos que este invierno sea cálido con nosotros
EliminarUn saludo, y feliz año.