viernes, 28 de diciembre de 2012

No hay amor más fiel que el tuyo propio.

Cuando acabara el dolor empezaría la lucha. Lo sabía, ya había librado más veces esa batalla contra el olvido; había combatido contra las oscuras noches sola en una cama, la desgana, las continuas recaídas y añoranzas. Ni el alcohol, ni la droga, ni un caballero andante podría salvarla del vacío que la ahogaba. Solo ella misma, era la única que podía romper las barreras de su lamento, de su complejo y ser libre.
No hacía faltas rosas por las mañanas, ni poemas de Neruda a cada ocaso, solo ella misma contra el olvido. Los finales van ligado a un comienzo, ella tenía una piedra por cada ventana cerrada, tenía una espada echa de coraje. Si, se tenía a ella misma, ante cualquier adversidad, ante cualquier obstáculo, podía mirar dentro de sí y encontrar el calor de una noche de sexo, los besos bajo la lluvia, una canción de Amstrong. Todo lo tenía guardado en su mutilado corazón. Solo le hacía falta el valor: para vivir un gran amor, hace falta afrontar grandes riesgos.
Iba a luchar por el más grande de los amores, por el suyo propio. Alzó la mirada, ya estaba cansada de arrastrarse y de conformarse, ahora tocaba vivir.

martes, 18 de diciembre de 2012

Los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba.


Después de la lluvia me gusta perderme en el paisaje de mi ventana; en los limpios cielos azules, en la luz del sol y en los tranquilos bailes del caer de las hojas por el viento. Pero esta mañana, tras contemplar esa maravilla desvié mi mirada al espejo y me vi. Me vi más allá de los ojos color almendrado, la pintura corrida y los pelos alborotados. Vi a una niña, inmadura y frágil que deseaba libertad, deseaba recibir aquello que se merecía. Pensé en lo estúpida que estaba siendo, el hombre había sido capaz traspasar la barrera del sonido y yo aún amurallada en mi pesar y en mi olvido.
Me analicé por primera vez, empezando por lo de dentro. Vi el odio, el complejo que habitaba dentro de mí ser, incluso me percaté de mi dependencia, vi todo lo malo que había incubado. Pero después observé las sonrisas, las amistades, el hogar. Volví a encontrarme con la sensación que todo lo estaba haciendo mal, como hace dos años. Finalmente vi el amor, quizás ya un poco desgastado y cansado de no recibir aquello que merecía, de fabricar más lágrimas que sonrisas. Admiré las cadenas que lo estaban asfixiando desde hacía meses, esas putas ataduras que lo desgarraban. Maldita sea, después vi lo peor; junto a él hallé mi corazón, temblando y muerto de frío.
Yo siempre he tenido la teoría de que los inviernos matan los amores, porque los congelan se vuelven tristes y decadentes. Era eso lo que le estaba pasando a mi corazón, se decaía en este otoño como si fuera una hoja. Muy suave reclamaba entre susurros volver a sentir mariposas. Solo quería poder quitarse esa gélida armadura oxidada y calentarse haciendo el amor con la vida.
Volví a la realidad comprendiendo que no tenía ningún Romeo, que yo nunca había sido una Julieta. Solo tenía una cosa: la risa. Y es que Neruda no mentía cuando decía que la risa era el lenguaje del alma.
Borracha de olvido respiré el aliento del inverno que se aproximaba, no sabía que me arrebataría esta vez, si terminaría de fumarse el poco amor que me quedaba. Pero por muy largo, doloroso y duro que fuera, después siempre llegaría la dulce y fogosa primavera. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Como Quijote invento pasiones para ejercitarme.


Eran más que unas crueles palabras. Era mi pecho borracho de amargura, buscando unos brazos que lo cobijen.
No eran pasos cansados, sino mi amor que arrastras pedía ayuda. Y es que el último año se disipaba como el humo espeso de los cigarrillos, como se esfuman las espumas de mi copa de champán   francés. Sin darme ni un instante de descanso, paz o equilibrio, solo sexo y algún "te quiero" sin fluidez.
Pero aún ahora, al borde del camino, exhausta de que nadie me hiciera feliz, esperaba que me salvasen.
Tal vez esperaba a otro Don Quijote, que fuera de su mundo buscara a su dulcinea. Y que pese a que lo quedara de mi fuese un cuerpo fundido en la armadura, me dedicara un baile. Un tango argentino quizás, o un vals de salón o sencillamente un beso.
Y follar, hacerle el amor a cada suspiro, cada palabras y que los gemidos fueran susurros del alma. Amor y sexo. Todo junto, mezclado como la mayonesa, era mi sinónimo de armonía. Cada noche un nuevo caballero andante en mi cama encarnado en el mismo cuerpo, cada noche una forma de sentirme viva.
Recordando en cada tramo del camino que no soy de nadie, pero que necesito a alguien. Si, necesito enamorarme: de la vida, de las amarguras, y los días grises, de cada parte que forma mi ser, de los desayunos en la cama, de los "buenos días princesa”, de las noches que hacen sudar las sabanas.
Necesito enamorarme de todo, de todo menos de ti: de las mentiras, la inseguridad y las continuas caídas. Del paso lento y aburrido, de la sordera que te provoca un riachuelo, y la ceguera el color azul del mar.
Puede que no sea la Dulcinea que soñaba Don Quijote, sino la que sus ojos no lograban ver, la basta y masculina moza, pero al menos no tengo que esforzarme en cumplir las expectativas de nadie, al menos soy real.