Aterricé donde murió el romanticismo, entre las esposas que me ataban a aquella cama. La maría empezó a hacerme efecto, solo yo y mi mente abstracta. Sentía cualquier tacto a flor de piel, expulsaba placer cada poro de mi cuerpo. Pero ante todo me invadía la nostalgia, entre aquella plenitud de cuerpo y alma, entre la armonía del amor y el sexo, me di cuenta de que nada es eterno, que no existe la llama que prende dentro de ti junto a tu amor verdadero. Entendí que yo no era una naranja, ni mucho menos media, de nadie. Cada caricia despertaba los rincones de mi mente dormida, jugueteando con los recuerdos y sentimientos.
No recuerdo más, solo sensaciones, y el susurro de tu nombre.
Hoy he despertado con la sensación de que mis pasos se habían salido del camino, de que me había desvestidos de los "para siempre", de que había abandonado la ropa en aquella cama y estaba desnuda ante el sino: sin armaduras oxidadas, sin cadenas que me asfixiaran. Y es que la vida sabe mejor cuando sabes que todo puede acabar en cualquier momento.
La Vida se ve y se siente mejor sin tantas rigideces y con nuestra alma desprovista de tantas artificialidades.
ResponderEliminarMuy buen Post.
Un abrazo.
Muchas gracias :)
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